Cuando mis besos encuentren un par de labios cansados de esperar como los míos, entonces mi riñón dejará de sentirse solo. Una mano divina me abrazará el costado y secará mis lágrimas, y me dirá por siempre. Puede que no lo crea. Pero también puede que me olvide del escepticismo tétrico que me dejó sin esperanzas… y vuelva a quedarme ciega.
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